Apenas comenzaron las Olimpiadas el viernes pasado, y yo ya estoy obsesionada. Me encanta ver a los amigos y familiares de los deportistas que participan, animarlos. Me fascina aprender nombres y deportes nuevos y países de los que no había oído antes, pero creo que lo que más me emociona es saber que este es el momento que anhelaron por cuatro años. Este es el momento en que toda su práctica, sus sesiones de entrenamiento y su arduo trabajo de los últimos cuatro años se ve reflejado en el escenario más grande de sus vidas.
Reconocemos los nombres de algunos de ellos: Michael Phelps, Gabby Douglas, Serena Williams, Kerri Walsh Jennings, pero la mayoría de los deportistas participantes pasaron los últimos cuatro años en la oscuridad trabajando duro en lo secreto, compitiendo en campeonatos lejos del centro de atención de los horarios estelares de la NBC.
Y sin embargo, son precisamente esos cuatro años en lo secreto, las sesiones matutinas en la alberca, las horas de práctica de futbol, las tardes que pasaron repasando las jugadas de equipo, las siete horas en el gimnasio haciendo la misma jugada de pase una y otra vez, lo que nos hace aclamar de gusto en las salas de nuestros hogares.
Su régimen de entrenamiento no siempre parece divertido, pero lo llevan a cabo de todos modos con tal de tener la oportunidad de subir al estrado para recibir una nueva y brillante medalla en sus cuellos. De repente esos cuatro años de arduo trabajo son puestos en perspectiva a la luz de esos breves minutos en el podio.
Como cristianos, podemos identificarnos con esta experiencia. El proceso de ser más como Cristo, conocido como santificación, a menudo se siente como si estuviéramos en el programa de entrenamiento más intenso que se haya visto. La santificación es el proceso por el cual el creyente es apartado para Dios y es conformado a la imagen de Jesucristo a través de la obra del Espíritu Santo. Es tanto la obra de Dios en nosotros como nuestras decisiones lo que nos lleva a la transformación. Debemos escoger hacer morir al viejo yo y sus deseos (Efesios 4:22-24).
Este proceso requiere de mucho sacrificio; requiere decir no a la carne, pasar tiempo diariamente estudiando la palabra, apartar tiempo para orar, y la lista continúa. A veces, si somos honestos, resulta difícil y parece ser un trabajo hecho en vano, y nos preguntamos si valdrá la pena.
Todos los demás parecen estar disfrutando de la vida. Sus caminos parecen más fáciles, con menos sacrificios, menos dolor y dificultades. El compañero de trabajo que bromea sobre hacer trampa en sus impuestos, el amigo que habla de algo que se le ha dicho en confianza, el vecino que calumnia, el miembro de la familia que se rehúsa a perdonar, el hermano de la iglesia que está muy ocupado para servir, el extraño que pasa junto a un desamparado como si estuviera ciego.
Para mí, en el trabajo que hago para la Comisión, es el cabildero que miente para lograr lo que quiere, que distribuye dinero para asegurarse que el bien común se compre y venda al mejor postor, y es muchas veces muy frustrante. Sin embargo, Jesús requiere algo diferente de usted y de mí.
Él nos está entrenando en la justicia. Nos está haciendo más como él. Aunque ciertamente no es glamoroso, y muchos de nosotros nunca recibiremos un gran aplauso, al final nuestros esfuerzos producirán una gloria eterna (2 Corintios 4:17).
No solo en la vida venidera, sino también en esta. Pablo nos dice en Romanos que la paga del pecado es la muerte, y aunque para los cristianos no significa literalmente muerte, el pecado es destructivo; nos aleja de la voluntad de Dios para nuestras vidas aquí en la tierra. Cuando nos saltamos las sesiones de entrenamiento, nos perdemos de las bendiciones preparadas para disfrutar en esta vida
En un comercial de la marca Under Armour que resalta la carrera brillante del nadador estadounidense de las Olimpiadas, Michael Phelps, se muestran varias escenas de sus rutinas de entrenamiento seguidas por las palabras en blanco y negro: “es lo que haces en la oscuridad lo que te pone en la luz”.
Phelps disciplinó su mente y cuerpo en lo secreto para prepararse para la competencia ante el mundo. Los cristianos deben preparar sus mentes y espíritus por medio de la oración, el estudio de la Biblia, y la devoción privada. El trabajo que se hace en privado permite que la luz de Cristo sea visible en público a través del servicio fiel en nuestras iglesias locales, el perdón radical a otros, y el amar al prójimo como a nosotros mismos.
Al final del comercial de Under Armour dice: “Tú puedes”. El cristiano dice, “Todo lo puedo en Cristo”.
Un día el fruto de nuestra dedicación será como esos breves minutos en el podio donde se entregan las medallas a los ganadores de las Olimpiadas, excepto que ese momento durará toda la eternidad. Todas nuestras luchas, todos nuestros sacrificios, todos nuestros problemas serán puestos en perspectiva ante los ojos de nuestro Salvador y el sonido de un “bien hecho, siervo bueno y fiel”.
¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder, nosotros en cambio, por uno que dura para siempre (1 Corintios 9:24-25, NVI).
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