Para ayudar a nuestra comunidad y al cuerpo de Cristo a entender la inmigración, es necesario hablar de este tema dentro del contexto más amplio de la migración en las Escrituras.
La Biblia habla ampliamente de la migración y nos cuenta historias de personas de la vida real que sufrieron experiencias dolorosas al trasladarse de un país a otro, enfrentando situaciones que aún hoy en día son relevantes.
La historia de nuestra fe comienza con Abraham el inmigrante, a quien Dios le mandó dejar su lugar de origen para llegar a ser bendición de las naciones. Su bisnieto, José, fue victima de tráfico humano, y 400 años después bajo el liderazgo de Moisés, el pueblo de Israel, al huir de la pobreza y el hambre, se convirtió en un tipo específico de migrante colectivo: los refugiados.
Rut se casó con un extranjero en su propia tierra. Su esposo muere y Rut viaja a la tierra de la familia de su esposo a buscar la unidad familiar, tal y como muchos migrantes lo hacen hoy día. Ruth vendría a ser parte del linaje de Jesús. El Señor Jesús mismo fue una clase especial de migrante. Daniel Groody, teólogo y profesor católico, afirma que Jesús experimentó una doble migración. La primera es una migración cósmica, ya que vino del cielo a la tierra, dejó su gloria a la diestra del Padre y se encarnó a fin de salvar a la humanidad.
Jesús experimenta, en un momento posterior, un segundo tipo de migración. De niño tuvo que huir a Egipto para escapar de un intento de asesinato. Jesús es un migrante y su amor por nosotros no tiene límites; traspasa fronteras, tanto cósmicas como humanas, para alcanzarnos y salvarnos.
Más adelante en el Nuevo Testamento, Pablo y los doce apóstoles tienen que migrar para llevar las buenas nuevas al mundo. La fe cristiana es en esencia una fe misionera; requiere que los creyentes migren constantemente, pues de lo contrario no puede alcanzar a aquellos en los confines del mundo que la necesitan.
Si podemos reconocer que nuestra fe es una fe migrante, y si somos capaces de ver que los sinsabores de los inmigrantes hoy en día son similares a los de aquellos migrantes en las Escrituras, podremos identificarnos con ellos.
Si nos identificamos con ellos, será más fácil amarlos como a nosotros mismos. Una vez que declaremos ese amor, el siguiente paso es el abogar a su favor para así poder combatir las injusticias que enfrentan.
A fin de cuentas, nuestra meta como el cuerpo de Cristo con respecto a los extranjeros entre nosotros es doble: ver a Jesús reflejado en los ojos de los inmigrantes que Dios nos ha traído, y ver a los inmigrante con los ojos de Jesús.
El Dr. Romero dirigirá un taller en la Conferencia Miqueas
6:8 este marzo. Su taller está diseñado para ayudar a los
creyentes a ver la inmigración actual a través de los ojos de
las Escrituras. Si desea leer más sobre la conferencia y
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