Tengo una creencia muy radical: creo que las relaciones pueden cambiar al mundo y que las conversaciones saludables, significativas y sin egoísmos pueden cambiar las relaciones, y también creo que lo contrario es cierto: las relaciones pueden destruir al mundo y las conversaciones huecas, no saludables y egoístas pueden dañar las relaciones.
Vivimos en tiempos en los que las relaciones a menudo se forman por motivos egoístas, y cuando la mayoría de las conversaciones ocurre en línea o por medio de aparatos electrónicos –el dar la falsa impresión de un sentido de comunidad y buenas relaciones —nuestro compromiso de ser sincero sobre tales cosas debería ir en aumento y no menguar.
Nuestros vehículos de conversación son las computadoras y los teléfonos propulsados por planes de información y WiFi que es fácil que sean usados en conversaciones vacías que no requieren la atención de nadie. Podemos compartir nuestra opinión sin medir el impacto (positivo o negativo) que tenemos en las personas que contemplan su pantalla. Esta realidad está creando una generación de activistas que se interesa profundamente en las causas, pero que no necesariamente ha aprendido a escuchar con atención el sentir de los demás. Digo esto como alguien que está tratando de superar este obstáculo.
Ha sido difícil para la iglesia navegar en una sociedad que está cada vez más polarizada en nuestro país. Los temas altamente políticos y comercializados son los que guían nuestros foros, aun para los cristianos, lo que agudiza el peligro de relaciones desatendidas, y por lo tanto perpetúa asuntos sistemáticos intrínsecos de nuestra cultura.